sábado, 13 de marzo de 2010

El tiempo


Que se pare el tiempo, pensaba ella. Que se pare. Que las agujas del reloj no corran, que los números digitales se paren. Que se pare. Que el mundo deje de girar sobre sí mismo. Que el día nos regale minutos, que la luna nos mire siempre desde el mismo sitio, que no cambie de color la noche, que las estrellas conserven el mismo brillo.

Que se pare el tiempo, joder! Que se pare!. Que no existan los relojes, ni los móviles, ni las cerraduras, ni el tiempo, ni los contratiempos, ni nada que no envuelva su momento.

Que la dejan abrazada a su cintura, que sus labios no sepan nada más que besar su nuca, que el disco no acabe nunca y gire de forma indefinida, que su sosiego sea eterno, que sus piernas sean el lazo que ate a la vida a su amante, que su pecho sea su cárcel, que la mirada entre ellos llegue mucho más allá.

Que se pare el tiempo...

Pero el tiempo siguió su curso, ajeno a sus necesidades, ajeno a su queja, indiferente con las circunstancias de las personas, cruel, despiadado, desafiante. El tiempo siguió avanzando, condenando que la hora en la que tendrían que separarse llegara justo a tiempo. Ni un minuto más ni un minuto menos. Y ella pensaba: ¡apúralo!, ¡no te vayas!, ¡si el tiempo no nos regala nada robémosle a él minutos!

Pensaba en él, en sus abrazos, en sus silencios… Pensaba…, y de repente recordó y le dijo:

- el reloj, no te olvides el reloj.

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