domingo, 24 de octubre de 2010

Ladrones de la juventud


(Artículo sobre la Juventud de los años cuarenta en España)


Es dudoso que a los jóvenes de cualquier época les haya interesado alguna vez saber algo de los jóvenes de épocas remotas, sobre los años mozos de sus mayores. Todo lo más, hojean con indiferencia el albúm de viejas fotografías, sobre las que ya, adelantos de la ciencia, el tiempo no se pone amarillo.

Cuando era yo el joven que contemplaba las fotos de mis padres y de mis abuelos, aquellas modas arcaicas – nada menos que de diez o veinte años antes-, me hacían reír.

Mucho tiene que haber cambiado las cosas para que existan hoy muchachos cuya curiosidad las incite a enterarse de lo que nos ocurría a nosotros cuando éramos como ellos. Pero aceptando el supuesto de que a algunos les interese saber cómo nos abrimos a la vida o la vida se abrió para nosotros en los años de la postguerra, me atrevo a pedir, que por favor, hagan un gran esfuerzo intelectual; que recurran también a la fantasía, a la imaginación.

Imagínense a unos jóvenes- como jóvenes, en edad militar – que acaban de terminar una guerra disparatada y salvaje y empezar otra que llegará a ser mundial y que, por civilizadísima, acabará siendo devastadora.
Imagínenselos sin movida, sin televisión, sin pantalones vaqueros, sin barbas, sin navajas, sin poder utilizar el coche de papá ni tener el propio, sin motos, sin chicas en su pandilla, sin chicos en la pandilla de ellas, sin top-less, sin cámaras de fotos, sin drogas mayores ni menores, sin música rock, sin voto, sin vídeo, sin apartamento, ni sótano, ni buhardilla pintoresca, sin almohadones por los suelos ni posters en las paredes, sin nevera, ni coca-cola, sin comics, sin ordenadores, sin juegos electrónicos, sin guitarras eléctricas, sin llave del portal, sin hamburguesas, sin discotecas, sin bares de copas, sin noche, sin viajes, sin dinero.

¿En qué tiempo remotísimo y olvidado pudieron existir esos jóvenes? ¿Cuántos siglos antes del primer día de la creación? ¿Y dónde vivieron, si era vivir lo que hacían? ¿En qué remotísima galaxia?. No hay que exagerar. Por sorprenderme que parezca, existieron –existimos- , en los años cuarenta, hace muy poco tiempo, y aunque no tuvieron nada de lo que acabamos de enumerar, gozaban a veces de la vida, de su amanecer, y en los cielos oscuros vislumbraban relámpagos de esperanza. Porque, como dijo alguien “el hombre es tan admirable que, a pesar de todo, consigue ser feliz de vez en cuando”.

No vivieron en una galaxia desconocida ni en tiempos anteriores al mundo, y algo tuvieron, tuvieron mucho, tuvieron muchas cosas con las que, insensiblemente, fueron formando, para el recuerdo, el divino tesoro de la juventud.

Teníamos los jóvenes de entonces para nuestra formación de ciudadanos, cuarteles, Frente de Juventudes, servicio militar de tres años – para algunos amigos míos fue de más de seis-, División Azul, milicia universitaria, Formación de Espíritu Nacional, servicio social femenino (excepto para las putas y las actrices).

Para nuestra vida íntima teníamos familias que nos protegían y nos regañaban, amigos, novios formales con entrada en casa y petición de mano, confesor en muchos casos (para los muy de derechas era “director espiritual”), parientes en la cárcel o en el exilio.

Para la cultura teníamos algunos libros, censura, libros argentinos de contrabando, censura, claqué en los teatros, censura, colegios de curas, universidades casi sin catedráticos.

Para alimentarnos y protegernos de las inclemencias del tiempo teníamos unas gabardinas con grandes bolsillos en los que llevábamos higos secos y castañas pilongas; teníamos también boniatos, extraperlo, Auxilio Social, pipas de girasol y cartilla de racionamiento. Y teníamos lo más necesario para comer: HAMBRE.

Para entretenernos y para la vida en general teníamos muchas más cosas: misas, procesiones, verbenas en las calles y a la orilla del río, paseos interminables poblados de confidencias, mujeres hermosísimas para mirar – estallantes de primavera, vestidas de negro en Jueves Santo-, libros de las razas humanas para ver desnudos, travesías, fútbol, metro, urinarios, hambre, bodas y bautizos, dominó, mus, brisca y tute, panderetas, espectáculos de revista española muy picantes, censura, cafés para pasarse las horas muertas ante una sola consumición, hambre, casas de putas (con prostitución sólo femenina), cartilla para el racionamiento del tabaco, ladillas, sífilis, purgaciones, blenorragia, trajes de chaqueta (aunque fuera sólo uno) con su corbata y sus cuellos postizos para ahorrar lavados, serenos, piojo verde (o sea tifus exantamático, lo que llaman tifus de la guerra), medias de cristal si se conocía a alguien que viajase a Lisboa, fútbol, avitaminosis, foruncolosis, radio, Boby Delané, folclore, hambre, películas americanas, censura, películas españolas, censura, huchas con cabezas de negros, chinos indios para las misiones, multas por acariciar, oposiciones, hambre, salvoconductos para viajar dentro de España, jazz, “La Codorniz”, “Marca”, fijador para el pelo, hambre, brillantina.

Y sucedáneos, muchos sucedáneos, incontables sucedáneos, algunos de los cuales llegaron a causar el asombro de países extranjeros. Sucedáneos del café, del azúcar, de la lana, del algodón, de la goma arábiga, de los huevos fritos, de las suelas, de la paz, de la convivencia, del orden, de la vida. (Iba a haber puesto también “de la libertad”, pero no habría sido cierto, puesto que no se inventó ningún sucedáneo).

Hubo en aquellos tiempos otros jóvenes, muy pocos, escasísimos, que tenían criados y automóviles y fincas y caballos y calcetines de seda natural para el smoking y amantes del postín y parientes en el partido y en los ministerios, pero de esos yo conocía a muchísimos menos.
.....

En la batalla de Skerewsbury, corría el año 1403, los dos Enriques, Heissporn, hijo del conde Northtumberland, y el Príncipe de Gales, combaten cuerpo a cuerpo. La espada del Príncipe taspasa el pecho de Heissporn, y ése exclama en su agonía, con verbo poético que le presta Shakespeare:
          -¡Oh, Enrique, me has robado mi juventud!.

Quizá sólo la muerte puede robarle a un hombre la juventud, pero la perspectiva de los años nos hace a veces pensar que nuestra juventud puede haber tenido otros ladrones.

Fernando Fernán Gómez, actor y escritor (1921-2007)

En la foto: Marcelino Mogrovejo

jueves, 14 de octubre de 2010

En sueños

Si algún día
casi de forma obligatoria
has de recordarme
y mi aroma te escala
hasta el embozo
de la sábana
que cubre tu barbilla,
muerde una galleta de canela
y recuérdame
viajando en sueños
a las montañas del Tíbet.

Si algún día
no te queda más remedio
que pronunciar mi nombre
y así recordarme,
roba la sonrisa de cualquiera
y dibújame en una servilleta
en forma de garabato
y borrón y cuenta nueva.

Y si un día
quieres volver a verme
búscame entre las páginas
del libro ajado
que portas en tu mochila

me encontrarás prendida
de un verbo nostálgico
o haciendo equilibrismo
sobre el renglón torcido
de la carta que no llegaste a terminar.