jueves, 27 de mayo de 2010

La democracia como engaño

Creo que esta calificación – la democracia como engaño – se la escuché por primera vez a José Saramago, sus opiniones al respecto me impresionaron y de a poco las fui haciendo mías, aquí las adopto y las amplío. “En apariencia todo está bien. Los diputados son elegidos por voto popular; también los senadores y las autoridades municipales, y en la mayoría de los casos, el presidente. Los reyes en cambio, agrego yo, no son democráticamente elegidos, pero en compensación no mandan. Sin embargo, quienes en verdad deciden el rumbo económico, social y hasta científico de cada país, son los dueños del gran capital, las transnacionales, las prominentes figuras de la banca. Y ninguno de ellos es elegido por la ciudadanía. Aquí trepo con euforia al vagón de Saramago. ¿De qué voto popular surgieron los presidentes del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Trilateral, el Chase Manhattan, el Bundesbank, etc?. Sin embargo, en esa élite financiera la que sube o baja intereses, impulsa inflaciones o deflaciones. Instaura la moda de la privatización, exige el abaratamiento del despido laboral, impone sacrificios a los más para que los menos se enriquezcan, organiza fabulosas corrupciones de sutil entramado, financia las campañas políticas de los candidatos más trogloditas, digita o controla el 80% de las noticias que circulan a nivel mundial, compagina las más fervorosas prédicas de paz con la metódica y millonaria venta de armas, incorpora los medios de comunicación en su Weltanschauung. La clase que decide, en fin.

  Lyotard inventó la palabra justa: decididores. Tal vez sea éste su mayor aporte a la semiología política. Deciden con estrategia, con astucia, con cálculo, pero también deciden sin solidaridad, sin compasión, sin justicia, sin amor al prójimo no capitalista. Por otra parte, deciden sin dar la cara. Lo hacen a través de intermediarios aquiescentes, bien remunerados, altos funcionarios de mohín autoritario; intermediarios que en definitiva son, en el marco de la macroeconomía, los macropayasos que reciben las bofetadas de ecologistas, sindicatos y pobres de solemnidad. Los ricos de solemnidad, en cambio, están más allá del bien y del mal, bien instaurados en su inexpugnable búnker y/o Olimpo financiero. De los copetudos intermediarios se conocen idilio, cruceros del Caribe, infidelidades, Alzheimer, sida, bodas espectaculares, pifias de golf, bendiciones papales. Por el contrario, los dioses del inalcanzable Olimpo financiero sólo aparecen alguna que otra vez mencionados en la prosa esotérica y tediosa de esos suplementos económicos que el lector común suele desgajar del periódico dominical y arrojar directamente a la basura, sin percatarse de que en ese esperando de cifras, estadísticas, cotizaciones de bolsa y PNB, está dibujado su pobre futuro mediato e inmediato.

     En ciertas y malhadadas ocasiones, cuando algún vicediós del Olimpo es rozado por denuncias de dolo harto evidente, el impugnado se resigna a cruzar el umbral penitenciario, sabedor de que al cabo de pocos meses, o quizá semanas, acudirán amigos, familiares o compinches, capaces de aportar los milloncejos necesarios para pagar la fianza de algún miserable juececito la exige si quiere recuperar la libertad y el goce de sus mercedes y su Mercedes. (Como dicen que dijo un notorio español que llegó a ministro. “en matemáticas no hay pecados sino error.”) Pero a no confundirse. Ese trámite más o menos ominoso puede ocurrir con un incauto o insolente vicediós, nunca con un dios hecho y derecho.

Fragmento del libro "Andamios" de M.Benedetti.

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