Su mano sostenía la única luciérnaga que quedaba en aquellas tierras después de la riada. Aquel diminuto gusano en la palma de la mano con su diminuta luz era el único en su especie; mirando la pequeña luciérnaga triste y asustada, recordó de repente aquellas noches en las que se sentaba en la ladera del río y las luces de las luciérnagas parecían un espejo del cielo. Se acordó también entonces que ya no contaba estrellas, que hacía mucho ya que no se percataba de su mágica existencia, que había asumido las noches debajo de la bombilla del flexo del escritorio o mirando hacia arriba bajo un techo y una lámpara que no hablaban, pero el cielo, ¡oh el cielo estrellado de aquel lado del planeta! ése siempre le había dicho tantas cosas!. Miró hacia arriba y observó las formas caprichosas de las estrellas, escribían nombres, risas, recuerdos … volvió a mirar su palma de la mano y allí tenía su insignificante luciérnaga, su única estrella tangible .
La llevó a casa, metió el coquito de luz dentro de una caja de zapatos con la tapa agujereada junto con dos o tres brotes de morera y la dijo: “
psss… tranquila, deja que piense qué hago contigo, volveré, recuerda que eres la única superviviente de tu especie y yo, yo he entendido que te necesito para que me alumbres el suelo que piso, de ti depende que el cielo vuelva a reflejarse en los alrededores de mi casa. Te necesito, pero debo pensar qué hago contigo."
Ella se quedó esperando encerrada en aquella caja de cartón alimentando su desvalido cuerpo con aquellos brotes verdes arrancados del árbol, sabiendo que debía luchar por mantener su pequeña luz; su luz era lo único que podía salvarla, si dejaba de lucir él volvería a encerrarse y a olvidarse del cielo y las estrellas tangibles.
Y siguió respirando a través de los agujeros confiando en su vuelta.
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