domingo, 11 de abril de 2010

Notas de Viaje


Quisiera ir con Ernesto y Alberto por la mayúscula América, desde Méjico al Estrecho de Magallanes, o quizá ser la compañera de cincuenta años después venida de otro lugar y otro espacio, reencontrándome con los caminos que ellos recorrieron en los que las cosas no han cambiado tanto. Quisiera ser la mochila ajada que cargaba Ernesto a ratos y a otros Alberto desde la Patagonia hasta el norte de Venezuela, por ésa América tan sufrida como bella, ésa América de mis sueños y mis ambiciones.

Quisiera descubrir en la mirada de una trabajadora el deseo del cambio, quizá en el desierto de Atacama, quizá desde el principio de la cordillera andina, quizá escondido en el guijarro de la tierra expropiada. Quisiera conversar con el campesino, sentarme a su lado y empaparme de su lucha discreta, de su incansable fuerza moral, de su entrega por la tierra, del amor que exhala cada poro de su piel bella e indígena. Quisiera que las palabras en quechua de la mujer suave de Cuzco sean la música del espíritu de la América Latina que fue robada no hace quinientos años, sino durante quinientos años.

Quiero sentarme en una piedra milenaria del Machupicchu junto a Ernesto y escuchar con Alberto palabras de revolución aún en estado de gestación. Quiero que la yema de mis dedos se deslice en la hendidura milimétrica del muro de Ollantaytambo y que en el deslizar hiera mi dedo y sangre la culpa adquirida, la pena infinita que me provoca la reflexión de Ernesto cuando cayó en la cuenta de que algo trágico había ocurrido con este continente si una civilización capaz de construir maravillas terminaron asentando y construyendo conos, ranchos y favelas.

Quisiera que de mis pulmones asmáticos contagiados por las vivencias no renunciaran nunca, tal y como lo hizo Ernesto, de seguir respirando bocanadas de libertad y mandar la muerte al carajo. Lo conseguiste Ernesto, aún vives.

Quiero ser el remo que se clave en el agua, quiero nadar al otro lado del río Amazonas, quiero recorrer la cordillera paso a paso, quiero levantar mis manos al cielo y clamar por la justicia y la libertad allá, en cualquier lugar del continente sur, en Uruguay, en Chile, Colombia, Perú, Bolivia o Argentina. Quiero escupir en mi caminar esta inquietud y esta lágrima, escuchar, evidenciar, redescubrir y desentrañar los secretos indígenas, dejarme en un lago de aguas heladas, morir en el descanso nocturno y llegar al norte de Venezuela con una sonrisa perenne y la mirada cambiada.

Clavar mi remo en el agua, llevar tu remo en el mío, y creer y saber que he visto una luz al otro lado del río.



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