sábado, 13 de marzo de 2010


Quizá es que entraste sin llamar,
o llamaste y me pillaste distraída,
intentando unir las telas ajadas
con las que pretendía vestirme aquella tarde.

Quizá, en el leve momento
en el que pestañeé buscando el dedal,
y levanté los ojos por encima de las lentes,
de no estar, de repente estabas
y te quedaste prendido
en la almohadilla de las agujas.

Es posible, que en el vanal ejercicio
de pensar qué color debería utilizar,
me distraje en la intuición de tu presencia
y una mirada tuya, efímera y pasajera,
atravesó el cuarto moviendo la cortina.

Quizá de repente encontré,
mientras cosía el botón de la camisa,
la solución al teorema del amor abstracto,
escrito en un papelito doblado y arrugado,
dentro del bolsillo lateral.

Y todo me pareció evidente en ésa caja imposible
de bobinas y trozos de tela.

Una ley matémática, imposible de resolver,
se instaló en el sofá en el que me sentaba.
Y entre los hilos revueltos de la caja,
se me colaban los números imposibles
con lo que intento hacer bordados de cuentas
que nunca salen exactas.

Seguramente, si me hubieras pillado ordenada,
concentrada en el remiendo del pantalón roto,
hubiera cometido el grave error
de no percatarme de tu presencia.

Y capaz, pero solamente quizá,
te hubiera dejado marchar
sin dar importancia al pinchazo de la aguja en mi dedo.

O es posible también que
no te hubieras atrevido a entrar,
ni a pronuncia palabra,
aún habiendo visto
que la puerta de mi cuarto de costura
se encontraba entreabierta
y que por ella asomaba el reflejo
del sol de la mañana.

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